Hemos leído con atención el artículo de Bayón et al.1 publicado recientemente en REC: CardioClinics sobre el grado de conocimiento de los odontólogos en España acerca de los anticoagulantes orales y la fibrilación auricular. Queríamos, en primer lugar, felicitar a los autores por haber tratado este tema, de tanto interés para tantos profesionales y pacientes. El aumento de la complejidad de los procedimientos y tratamientos cardiológicos y la mayor atención prestada por la población a la salud dental han hecho que los odontólogos y los cardiólogos compartan muchos pacientes en la actualidad, y que los odontólogos deban tener notables conocimientos sobre diversos aspectos de la patogenia y de los fármacos utilizados en el tratamiento de las enfermedades cardiacas. En nuestro entorno se ha realizado un estudio de diseño parecido al de Bayón et al. para evaluar el grado de conocimiento y la conducta de los odontólogos ante la prevención de la endocarditis infecciosa2, y concluye que los odontólogos sobreindican la profilaxis antibiótica de endocarditis en situaciones en las que las guías de práctica clínica no la recomiendan. Nosotros hemos realizado recientemente en nuestro medio, en las provincias de Sevilla y Córdoba, una encuesta a 103 odontólogos a los que se envió un cuestionario sobre actuaciones prácticas en pacientes que toman anticoagulantes orales o antiagregantes plaquetarios. Bayón et al. concluyen que menos del 60-70% de los odontólogos encuestados conocen los nuevos anticoagulantes orales directos y que existe una gran variabilidad interprofesional en cuanto al uso periprocedimiento de estos fármacos en la atención dental1. En nuestro estudio, más del 90% de los odontólogos identifican correctamente los fármacos por los que se pregunta cómo anticoagulantes o antiagregantes, aunque no diferencian tan bien el tipo de cardiopatía en el que se utilizan unos y otros. Por ejemplo, solo el 23% de los encuestados piensa que los antiagregantes se usan básicamente para la enfermedad coronaria (por un 22% que cree que también están indicados en pacientes con fibrilación auricular y prótesis valvulares, y un 55% para ambas situaciones), mientras que, para los anticoagulantes, el 53% considera que se utilizan para la fibrilación auricular y prótesis valvulares, pero el 47% restante piensa que se usan también para la enfermedad coronaria.
Con relación al riesgo de hemorragias de los procedimientos dentales y la suspensión o no del anticoagulante, los odontólogos sobreestiman el riesgo hemorrágico en la mayoría de las situaciones ya que, según el reciente documento de consenso sobre el riesgo hemorrágico del tratamiento antitrombótico realizado conjuntamente por diversas sociedades científicas y publicado por Vivas et al.3, casi ningún tratamiento dental tienen un riesgo hemorrágico alto y, sin embargo, en nuestra encuesta el 95% de los odontólogos considera que el riesgo hemorrágico es alto en casos de cirugía gingival, el 89% en casos de implantes dentales y el 67% en extracciones de piezas dentarias, y que suspenderían el anticoagulante o realizarían tratamiento puente con heparina en estos casos. En cambio, una elevada proporción (por encima del 85-90% de las respuestas) sí conoce los problemas cardiológicos con riesgo tromboembólico alto en caso de suspender el anticoagulante.
Los resultados de nuestra encuesta parecen sugerir un mejor conocimiento de los odontólogos en nuestro medio de los fármacos anticoagulantes, sin embargo, la percepción sobre el riesgo hemorrágico de los procedimientos dentales en pacientes que reciben anticoagulantes orales está sobreestimada, lo que puede llevar a un exceso de suspensiones de la medicación en casos en que esto no es necesario. Por ello, estamos de acuerdo con Bayón et al.1 en que existe un notable margen de mejora en estos temas y que es fundamental el desarrollo conjunto de protocolos y actividades de formación, lideradas por las sociedades científicas correspondientes, que involucren a todos los profesionales implicados. Asimismo, la repetición de estudios como el de Bayón et al.1 y el nuestro son fundamentales para conocer el grado de mejora y la necesidad de nuevas medidas educacionales.